En México se discute una de las reformas laborales más importantes de los últimos años: la reducción de la jornada laboral de 48 a 40 horas semanales. De aprobarse, el cambio sería histórico, ya que colocaría al país en línea con estándares internacionales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y con lo que ya se aplica en la mayoría de las economías de la OCDE.
La medida no solo apunta a mejorar la calidad de vida de los trabajadores, sino que también plantea un reto significativo para las empresas, quienes deberán adaptarse a nuevos esquemas de organización laboral.
La iniciativa busca reformar el artículo 123 de la Constitución mexicana, estableciendo un máximo de 40 horas de trabajo a la semana y dos días de descanso obligatorio. Actualmente, la Ley Federal del Trabajo establece jornadas de hasta 48 horas semanales, con un día de descanso.
Este cambio responde a la creciente demanda de equilibrio entre vida laboral y personal, así como a la necesidad de que México deje de ser uno de los países con mayor carga laboral del mundo.
Algunos empresarios y cámaras industriales sostienen que la reforma puede afectar la competitividad en sectores intensivos en mano de obra, generar aumento en la informalidad o encarecer costos. Sin embargo, los defensores argumentan que el bienestar laboral es un motor de productividad a largo plazo y puede incluso atraer talento especializado en el marco del nearshoring.
La reducción de la jornada laboral en México podría marcar un antes y un después en el mundo del trabajo. Será clave encontrar un punto de equilibrio: empresas más eficientes y trabajadores más felices. Si se acompaña de digitalización, innovación y capacitación, la medida podría fortalecer tanto a la fuerza laboral como a la competitividad nacional.